
“¡No puedes lograrlo!”
Éstas fueron las palabras que destruyeron mi relación.
Hace un tiempo se celebró el maratón de mi ciudad. Su primera edición fue hace más de 10 años, y recuerdo cómo se sentía una efervescencia en el ambiente, que contagiaba a todos con entusiasmo. A donde fueras, la conversación giraba en torno a ese gran evento deportivo que reuniría a miles de personas, tanto nacionales como extranjeras.
Por supuesto, yo no me quedé atrás. Me equipé con lo necesario porque, eso sí, antes muerta que sencilla, y empecé a entrenar para correr.
Algo que podría parecer tan natural como poner un pie delante del otro y aumentar la velocidad resultó ser todo un reto, pues nunca antes había corrido, y mucho menos en una competencia así.
Cada pisada no sólo me acercaba a la meta (me refiero a mi meta personal de estar lista para la competencia), sino también a una nueva forma de relacionarme conmigo misma, a una nueva versión de mi autoconcepto: ahora era una corredora.

Con el tiempo, los efectos del running se hicieron evidentes, no sólo en lo físico, sino también en lo emocional. Salir por las mañanas y sentir los primeros rayos del Sol, compartir entrenamientos con una comunidad, mejorar mi alimentación para prepararme para la carrera, y sí, también los cambios en mi cuerpo (no estás para saberlo ni yo para contarlo, pero ha sido la etapa en la que menos he pesado).

Llegó el día de la carrera. En los corrales de salida me acompañaba mi mejor amiga. Recuerdo que temblaba, por una mezcla de frío, nervios y emoción. Disfruté cada paso. La gente en las calles animaba a los corredores, repartían agua y sonrisas, familias enteras se reunían para vivir la experiencia. Y al final, crucé la meta. Lo había logrado. Mis primeros 21km. Ahora era media maratonista.
El gusto por correr no desapareció y seguí entrenando.
Meses después, se anunció una nueva edición del maratón en mi ciudad, y esta vez decidí que daría el siguiente paso. Un día, conversando con alguien muy importante para mí, le confesé con emoción: ¡Este año voy a correr el maratón completo!
Tras un silencio, me respondió: "Tú no puedes correr un maratón. Lo máximo que has corrido son 28 km, te faltan muchísimos para los 42".
Yo no lo sabía en ese momento, pero esas palabras marcaron el fin de mi relación conmigo como corredora, porque, ¿cuántas veces alguien que amas te dice algo, tal vez sin mala intención, pero que cambia tu forma de verte y de actuar en el mundo?
Y peor aún, ¿cuántas veces dejamos que palabras ajenas entren en nuestra mente sin ser conscientes de que se convierten en ideas, esas ideas en emociones y, juntas, terminan transformándose en acciones que definen nuestros resultados?
Muchas veces damos por hecho los pensamientos que vienen del exterior sin filtrarlos. Pero hay tres preguntas fundamentales que pueden ayudarnos a cuestionarlos:

- ¿De quién viene esta frase? No sólo las personas con malas intenciones pueden compartirnos ideas que nos alejan de nuestros sueños. Es nuestra responsabilidad decidir qué dejamos entrar en nuestra mente y qué no.
- ¿Cuáles son los resultados que tiene esta persona? Aunque su intención haya sido buena, esa persona nunca había corrido ni 10km, por lo que no conocía el proceso. En su mente, correr un maratón era imposible; en la mía, era un desafío alcanzable.
- ¿Esto que me dice es bueno para mí? ¿Me edifica? ¿Lo necesito? Si la respuesta a cualquiera de estas preguntas es "no", ¿por qué permitir que cambie mi resultado o que, incluso, me aleje de algo que amo?
Cuando reflexioné sobre por qué había dejado que alguien más decidiera lo que yo podía lograr, me quedé helada.
La respuesta estaba en mi huella de abandono.
Esta huella es la responsable de la falta de confianza ontológica, es decir, la falta de confianza en nuestro propio ser. Es la razón por la que transitamos por la vida sin atrevernos a alcanzar nuestro máximo potencial, muchas veces sin siquiera intentarlo.
Desde la visión de la Semiología de la Vida Cotidiana, el modelo educativo desarrollado por el Dr. Alfonso Ruiz Soto, comprendemos cómo sanar la huella de abandono para poder ser nosotros mismos. Trascenderla implica retomar el control de nuestra vida, mirar de frente nuestro pasado y reconciliarnos con él. Sólo así, en el presente, podemos resplandecer, crecer y convertirnos en nuestra mejor versión, con responsabilidad personal.
Te invito a seguir nuestras redes sociales y a acompañarnos en nuestro próximo encuentro gratuito, donde abordaremos más sobre este fascinante tema con un solo objetivo: ayudarte a vivir en plenitud.

¡Sólo tú decides si puedes lograrlo!
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