Cuando apagué el auto, me quedé ahí, inmóvil, con las manos aún sobre el volante y la mirada fija en ti.
A la distancia, te observé barrer el patio, como tantas veces, concentrada en tu tarea, vertiendo el agua con una bandeja mientras la escoba la dispersaba para arrastrar la suciedad.
Tu figura pequeña, de apariencia frágil pero llena de una energía inagotable, despertó en mí una profunda ternura. Una vez más, fui testigo de la firmeza de tu voluntad, de esa determinación que, con sólo una idea instalándose en tu mente, te impulsa a actuar sin titubeos, sin importar si el momento es el adecuado o no.
Me descubrí amándote siendo quien eres, en tu forma más auténtica, sin reservas y sin dudas.
Antes de apartar la mirada de ti, un pensamiento cruzó por mi mente:

"Un día ya no estarás"
Pero no fue un pensamiento fatalista ni un augurio de una pérdida inminente. Fue, más bien, la plena conciencia del correr del tiempo, de su danza silenciosa que nos arrastra con él, sin tregua y sin compasión. Comprendí que cada instante siempre puede ser el último, que no existen garantías, y que lo único que realmente poseemos es el presente, y de nosotros depende vivirlo o tan sólo transitarlo.
Así que me acerqué. Y antes de que pudieras notar mi presencia, te saludé. Te volviste sorprendida, pero sonriente, porque ya me esperabas.
Y de pronto, lo entendí: le has otorgado a mi ser el poder de hacer brillar tus ojos de alegría o de nublarlos de tristeza. Basta sólo una palabra, un ademán o un gesto. Y si ese poder es tan grande, mi responsabilidad lo es más: que cada huella que mi presencia deje en ti sea un refugio de alegría y un motivo de luz para tu alma.
Te abracé.
“Un día ya no estarás”, volví a pensar, mientras lo hacía.

Y me pregunté, entonces, cómo querría recordarte cuando ese día llegue: ¿con el peso del arrepentimiento, por todo lo que no hice por ti, por las palabras que nunca pronuncié, por las lágrimas que alguna vez provoqué? ¿O con la paz de saber que nos dimos el amor más puro, sin condiciones ni reservas?
Me decidí por la segunda opción.
Amarnos en libertad. Sin intentar moldearte, sin pedirte que seas otra. Amarte por ser quién eres y no por quien quiero que seas. Amarte por lo que haces, por la forma en que has elegido vivir, sin pretender que cambies nada tan sólo por darme gusto.
Yo no quiero imaginarte encarcelada por causa mis temores (que no salgas, que no hagas, que no digas...), por más que intente engañarme creyendo que esas cadenas son por tu propio bien. Yo quiero tu libertad, que vivas tu vida plena, que vayas a donde quieras, que hagas lo que te apetezca, y que sepas que, si acaso lo requieres, tendrás mi complicidad.
Yo no quiero que, por temor, me ocultes lo que deseas, lo que haces, lo que sueñas. En cambio, quiero regalarte la confianza de que nunca más volveré a creer que tengo el derecho de juzgar nada que hagas. Quiero que, si tú lo quieres, sigas pidiendo mi consejo, que yo te daré gustoso, aunque sé que no lo seguirás.
No quisiera que, por pena, dejaras de preguntarme cómo buscar un contacto en WhatsApp o cómo pedirle algo a Alexa. Quiero, en cambio, que confíes en que puedo encontrar otra forma de explicarlo, si es que no fui claro en la primera.
Yo no quiero que cambies tu manera de vestir, de andar… de amar. Ni deseo que hagas cosas que no sean las que anhelas, mucho menos pretenderé condicionar mi cariño. Quisiera que comprendieras que tu vida es sólo tuya, tal como yo he comprendido que permitirme vivirla contigo es mi mayor bendición.
Quiero, en suma, disfrutarte
tal cual eres, sin reservas;
que esta noche, cuando duermas,
nada pueda importunarte.
Si puedo, quiero ayudarte
a hacer sólo lo que amas.
Tomar tu mano con calma,
para cuidar de tus pasos,
mas nunca, si se da el caso,
regañarte cuando caigas.
Que un día ya no estarás,
eso es cierto, o es posible
que sea yo el que, apacible,
deje esta vida detrás.
Y en ese instante sabrás
que es posible el regocijo
cuando no hubo desperdicio,
ni quedó nada pendiente;
es mi alegría creciente
escucharte "es un buen hijo".
Porque soy mudo testigo
de que vas a irte un día;
más si hoy vivo tu alegría,
te tendré siempre conmigo.
Así que hagamos un pacto:
tú dedícate a vivir, y yo sólo a disfrutarte.

"Sólo aquél que ha vivido tiene derecho a morir"
Facundo Cabral