El árbol de la resiliencia: aprendiendo a florecer a nuestro propio ritmo

Amo esa temporada en que la ciudad se viste de color y la naturaleza pinta sus paisajes con matices morados. 

Siento una fascinación especial cuando los árboles florecen y las calles se transforman en tapices de un exquisito color, incluso, cuando las flores caen suavemente al suelo. Todo ello convierte cada caminata en una experiencia única, como un preludio a la primavera. Siempre soñé con tener un árbol así, un símbolo de la belleza que brota sin prisa.

Cuando nos mudamos a esta casa, con un extenso jardín en la parte de atrás, me imaginé una jacaranda desplegándose frente a mi ventana. Sin embargo, quedó anotado en el libro imaginario de intenciones postergadas. Tiempo después, y para mi sorpresa, en un pequeño hueco al filo de la banqueta, un día empezó a brotar un arbolito de jacaranda. 

Un día, la decidida Karolina pensó: “Voy a sacarlo de aquí y sembrarlo en el patio trasero, en el lugar perfecto donde pueda crecer grande, frondoso y dar la mejor sombra”. Instalé un sistema de riego, le puse abono y creé todas las condiciones que imaginaba para que ese árbol floreciera como esperaba. Pero, a pesar de mis esfuerzos, al cabo de unos meses, el árbol decidió morir.

Tiempo después, y para mi asombro, en el mismo lugar de antes –al lado de la banqueta– volvió a crecer un pequeño tallo de jacaranda, como si tuviera prisa por no renunciar a la vida. Repetí este ciclo al menos tres veces a lo largo de varios años: el árbol moría en el jardín trasero y resurgía en aquel rincón inesperado frente a la casa. Finalmente, decidí dejarlo crecer donde él quería. Ahora lo riego ocasionalmente, le guío sus tallos, podo algunas hojas, y tras casi cinco años de respetar su propio camino, es un árbol que, aunque todavía chaparrito, ya ofrece sombra y este año, además, comenzó a dar sus primeras flores.

Esta experiencia me hizo reflexionar profundamente:

¿Cuántas veces creemos que nuestra forma de hacer o ver las cosas es la única correcta, sin detenernos a observar la sabiduría que existe en el otro?

¿Cuántas veces nos aferramos a la expectativa del “deber ser”, olvidando que la naturaleza, en su máxima expresión, sabe exactamente lo que es mejor para ella?

¿Cuántas veces intentamos controlar y forzar procesos que necesitan, por el contrario, crecer a su propio ritmo?

El árbol me enseñó a ser paciente, a soltar el control, a respetar el camino único de cada ser. Me mostró que las cosas que deseamos no siempre se manifiestan de la forma en que las imaginamos. Sólo debemos aprender a soltar, a confiar, a observar y a maravillarnos con el proceso, disfrutando de cada detalle que la creación divina nos regala.

Que este árbol te inspire a dejar de lado la necesidad de controlar cada resultado. Permítete vivir con la belleza de lo inesperado, aprendiendo a confiar en el ritmo natural de la vida. Disfruta cada paso, cada pequeña flor que aparece cuando menos lo imaginas, porque, al final, la vida se trata de crecer, transformarse y, sobre todo, de celebrar la autenticidad de cada proceso. 

Yo soy Karolina Kasas y deseo que, al igual que este árbol resiliente, encuentres en tu interior la fuerza y la sabiduría para florecer en tu propio tiempo, convirtiéndote en la mejor versión de ti mismo.

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