¿Recuerdas esa vieja rutina ideada por Roberto Gómez Bolaños en la que La Chilindrina pide a su papá un peso, y cuando él le dice que sí, ella le responde “al cabo que ni quería”?
No hacían falta las risas grabadas, ni el rostro desencajado de ambos personajes, para comprender de inmediato que la conducta manifestada por la niña pecosa de colitas, anteojos y un diente faltante obedeció a la inercia de una situación recurrente (“no tengo”, “no te voy a dar”, “no estés molestando”) y no a un análisis de la respuesta de su padre. Hilarante o no, esta escena, mi estimado lector, no forma parte solamente del ingenio del pequeño Shakespeare mexicano, sino que es tristemente célebre en el día a día de las personas: asumir que, no importa lo que hagas, lo que puedes conseguir está predeterminado de antemano.
¿No me crees? Recuerda aquella ocasión en la que “decidiste” no arriesgarte, porque sabías que no podrías conseguirlo (exacto, hablo del amor, del empleo, del favor que se quedó en tu mente, pero jamás manifestaste, y de muchas otras circunstancias que, de momento, no me atrevo a insinuar, para no ganarme precipitadamente tu enemistad).
Hace tiempo conocí a una persona, Ernesto, que cada 6 de enero era víctima del fenómeno del cual te hablo (bueno, por lo menos fui testigo en esa fecha, pero supongo que el buen Ernest podría haberlo sido en cualquier otro día del año). En la tradicional partida de rosca, justo antes de su turno para cortar un pedazo, dijo esta frase “a mí siempre me toca el muñeco”. Escondí las manos para no tocarlo por accidente y hacer efectiva su premonición, hasta que entendí que se refería a otro tipo de muñeco. Partió el pan, todos estábamos a la expectativa; no había dentro de él ninguna figurita como la que había presumido que aparecería. La decepción de todos fue mayúscula, pues las matemáticas decían que si a él le salía la figurita, como había anticipado, la probabilidad de que le saliera también a alguno de los comensales restantes disminuiría. Pero no fue así. Poco después, volvió a partir un pedazo, y esta ocasión sí venía un muñequito blanco dentro. Dijo “¿ven cómo siempre me toca?”.

Me pregunto cuántas veces hemos sido Ernesto en la rosca de la vida, seguros de que estamos predestinados a que algo nos suceda (o que no nos suceda), partiendo pedazos, uno tras otro, hasta que aparece el muñequito, para poder demostrar que teníamos razón.
Y otra pregunta que surge es la que dio título a este escrito: ¿quién decide en tu vida?
Antes de intentar responder a esta pregunta, déjame presentarte a un pintoresco personaje, aunque sospecho que quizás ya lo conoces (y no, no es el Chapulín Colorado): es un tipo misterioso que trabaja en las sombras, al abrigo del anonimato, nunca pide permiso para actuar y, sin embargo, dirige gran parte de lo que sucede en tu vida (y es tan hábil, que ha llegado a convencerte de que eres tú quien lo hace). Es como el titiritero que mueve los hilos detrás del escenario mientras tú, inocentemente, crees que los movimientos son producidos por tu propia voluntad.
Su nombre es inconsciente.

¿Te suena? Para muchos es como ese rincón olvidado en el ático de la mente, donde se amontonan recuerdos, deseos reprimidos, anhelos, decepciones y experiencias que juraste haber superado, pero que salen a flote una y otra vez, especialmente cuando un buen estímulo los convoca (por ejemplo, recordar a tu ex). Lo más curioso es que emergen sin que apenas repares en ello. Freud lo describió como un iceberg: lo que ves en la superficie (tu conciencia) es apenas una fracción de lo que realmente hay debajo (tu inconsciencia). Está formado por tus experiencias, particularmente aquéllas que pueden ser consideradas traumáticas, que van configurando respuestas defensivas antes estímulos percibidos como amenazas (la decepción de no recibir una moneda por parte del padre es una amenaza para la susceptibilidad de un hijo).
Nota: Sí, sé que la imagen no corresponde a tus personajes de comedia favoritos, pero no queremos arriesgarnos a una demanda florida por derechos de autor.
El interior y el exterior
Pero esta conducta no es resultado sólo de las experiencias, sino que también existen los factores externos que la configuran: los condicionamientos sociales. Son todas esas reglas no escritas que nos imponen la familia y la sociedad de una manera tan sutil que pareciera ser que las acciones que llevamos a cabo en concordancia con sus invisibles órdenes fueran resultado de convicciones propias. Celebrar la Navidad, ser fanático de algún equipo de futbol o saludar de cierta manera son ejemplos de ello, lo mismo que todos los usos, costumbres e ideales (hay personas que creen que necesitan casarse para ser felices) que jamás cuestionamos (fíjate que no dije “nos atrevemos a cuestionar”, porque las más de las veces ni siquiera suponemos que haya algo qué cuestionar), porque damos por sentado que eso es lo normal.
Bajo ese mismo influjo, desde pequeños aprendemos que ciertas emociones “no se deben sentir”, que es mejor “aguantar” antes que poner límites, que la vida es dura y el amor siempre duele (gracias, José José), que hay cosas que no se perdonan, que las mujeres que valen la pena son de tal o cual manera... Edgar Morin lo llamó el imaginario colectivo, que, entre muchas otras ideas, se fundamenta en la de que cuando algo se repite lo suficiente, dejamos de cuestionarlo y asumimos que así es como debe ser. De este modo, nuestros miedos, heridas, aprendizajes y directrices sociales se convierten en la única forma que tenemos de ver el mundo. ¿Cuántas veces habrá oído La Chilindrina a su padre negarle algo, para asumir instantáneamente que así sería la siguiente ocasión?

¿Te has preguntado por qué siempre atraes el mismo tipo de relaciones? ¿Por qué repites los mismos patrones, aunque jures que esta vez será diferente? ¿Por qué permites situaciones que sabes que no deberías? Muchas de nuestras elecciones no lo son realmente, sino que son respuestas automáticas de un guion escrito desde hace mucho tiempo en coautoría (tú eres Lennon y la sociedad es McCartney). Gran parte de la producción de este estupendo y prolífico dueto está inspirada en las heridas profundas de la infancia y la juventud, así como las ideas generalizadas que tenemos sobre dichos eventos. Conocí a una mujer que no tuvo fiesta de quince años, y siempre fue un peso para ella. Se convirtió en una herida que arrastró hasta su edad adulta. Pero lo cierto es que hay millones de mujeres que no celebran sus quince años de una manera especial y no tienen sentimiento alguno ante eso, particularmente, aquéllas que nacieron en un país en donde no existe dicho festejo. Conozco también el caso de otra persona cuya primera relación amorosa terminó sin que supiera por qué y repitió ese patrón en casi todas sus relaciones. ¿Será acaso que esa melodía escrita por nuestro célebre dueto es tan poderosa que resulta difícil cambiarle el compás, el ritmo y la melodía?
Todo es obra del inconsciente.
En términos prácticos, este sujeto es el piloto automático de tu vida. Es el que hace que elijas a parejas emocionalmente inaccesibles una y otra vez, el que te lleva a reaccionar de cierta forma en situaciones de estrés, el que decide que te comas esa dona cuando prometiste ponerte a dieta, el que te hace estar seguro de que tal o cual cosa es imposible de conseguir. Es también el responsable de los "no sé por qué hice esto", de los "¿por qué siempre me pasa lo mismo?" y de los "juro que no quería reaccionar así".
Es un personaje sombrío que te sigue a todas partes y susurra en tus oídos ideas fatalistas y limitantes sobre lo que puedes o no puedes conseguir.

Dígame la verdad, ¿tengo remedio, doctor?
Para empezar, la pregunta ahora tiene otro matiz: ¿eres tú quien conduce tu vida o es tu inconsciente?
Si nunca te has detenido a examinar esos patrones repetitivos, si te sorprendes reaccionando de formas que ni siquiera tú puedes entender, o si sientes que la vida te lleva como una hoja al viento, lo más probables es que sea este personaje secundario el que haya acaparado los reflectores; es el Jack Sparrow de tu historia, cuya magistral actuación llegó a convencer a todos de que él era el protagonista de tu historia.
Pero espera; tenemos buenas noticias.
No estás condenado a ser una marioneta.
Con conciencia, autoobservación, algunas estrategias (de las que hablaremos recurrentemente en Entre Signos y Sentidos, en Postdata Existencial y en los diversos cursos que impartimos en Semiocurrió) y un profundo compromiso contigo mismo, puedes empezar a recuperar el control y ser tú quien decida lo que sucede con tu vida.
Si quieres descubrir cómo liberarte de los hilos invisibles que te atan a los mismos patrones de siempre, te invito a conocer el curso Huella de abandono, en el que te hablaremos de ese inconsciente que tiene el control de tu vida, y de cómo desarticularlo.
Es momento de tomar las riendas y construir relaciones más sanas, empezando por la que tienes contigo mismo. 🔥💡
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