Saber hacer de todo es la creencia que limita nuestra capacidad de ser humanos.
Pudiéramos pensar que brindar ayuda es un gran acto humano, y sí, pero pedirla es aún más humano porque fortalece nuestra conexión con los demás.
En esta vida tan perfecta nos hemos acostumbrado a buscar la excelencia y a vernos como seres todopoderosos que logran sus objetivos por sus propios medios. Esta idea distorsionada nos hace creer que la autosuficiencia implica poder hacerlo todo sin pedir ayuda a nadie. Sin embargo, hemos olvidado que, por naturaleza, los seres humanos dependemos de otros para sobrevivir.
Atrevernos a pedir ayuda, pareciera un acto de inferioridad, incapacidad o fracaso. Algo que choca con el autoconcepto perfecto que, según dicen, debemos tener.
Pero he aquí las preguntas poderosas: ¿Quién nace sabiendo todo? ¿Quién puede enfrentarse a todo desde el primer día de vida? Si cuando fuimos bebés, requerimos de los padres para subsistir.

Y es entonces cuando me pregunto si esa actitud de no pedir nada a nadie realmente nos ha llevado a ser mejores personas, o si, por el contrario, nos ha orillado a perder un poco de nuestra naturaleza.
Temo, sinceramente, que es lo segundo, pues el sentirnos todopoderosos ha hecho que se pierda la capacidad de reconocer que los demás nos complementan con sus capacidades, sus consejos e, incluso, con sus abrazos.

No pedir ayuda puede parecer un acto de audacia que refleja nuestra capacidad para resolver problemas. Sin embargo, también puede ser un miedo disfrazado, una forma de protegernos de la posibilidad de un 'no'. Esta negativa puede chocar con ese mismo miedo al fracaso que preferimos evitar para no afectar nuestra autoestima.
Presiento que recibir un 'no' es el miedo más grande que hace que no nos atrevamos a solicitar una mano en nuestros momentos difíciles.
Es un miedo que, en lugar de protegernos, nos limita en nuestra capacidad de crecer como personas, tanto en el ámbito de dar como en el ámbito de recibir.
En mi caso debo confesar que, además, el hecho de no pedir ayuda me ha llevado muchas veces a sentir estrés por creer que debo resolver todo yo sola, llevándome a sentir nostalgia y un poco de soledad.
¿Cuántas y cuantas veces te has sentido frustrado por no poder con algo, pero en lugar de pedir ayuda, prefieres sufrir en soledad?

Pedir ayuda debería ser un valor intrínseco en cada persona, un acto que nos permite reconocer nuestras limitaciones y apreciar las capacidades que los demás pueden aportar. Este acto nos enseñaría a ser honestos, responsables y valientes, al aceptar lo que no podemos hacer por nosotros mismos. Además, desarrollaríamos la habilidad de admirar a quienes están dispuestos a ayudarnos, creando así un círculo virtuoso que nos inspire a ofrecer nuestra ayuda a los demás. Al experimentar la generosidad de recibir apoyo, estaríamos más motivados a extender la mano a quienes lo necesiten.
Admito que pedir ayuda no es fácil y no siempre es agradable, pero es necesario. Sólo así crecemos como seres humanos.
Si somos capaces de ir más allá del miedo y de esa sensación de vergüenza, entenderemos que en la ayuda está el cobijo de la unión, de la confianza y del “estoy aquí para ti”. Convertiríamos la ayuda en un acto de amor hacia uno mismo y hacia los demás.
Así que ¿Cómo transmutar el miedo a pedir ayuda?
- Primero, aceptar que todos, en algún momento, necesitamos apoyo.
- Segundo, entender que la autosuficiencia deviene de la humildad para reconocer nuestros límites.
- Tercero, quitar el peso negativo a la creencia de que pedir ayuda es de débiles.
- Cuarto, aprender a recibir; sólo así seremos capaces de dar. Ambos son correspondientes.
El apoyo de otros, su amor y su compasión no podría restarnos valor, sino que nos suma humanidad. Incluso, pedir ayuda es una oportunidad para crear lazos de confianza y de amistad.
Aunque, claro está, pedir ayuda no significa que nos tengan que resolver el problema. Pedir ayuda es para encontrar el camino a la solución que sólo nosotros podemos elegir.
Por lo que tal vez, en un quinto punto, debemos de resignificar nuestro propio concepto de ayuda para hacer de ella un concepto funcional que evite generar una dependencia que nos lleve a la irresponsabilidad de nuestras decisiones.
Así que, querido lector, pide ayuda cada ocasión que realmente la necesites.
Te sorprenderá saber que a veces en las personas que menos imaginamos, encontramos esa red de apoyo que nos levanta y que nos hace más fuertes. Cuando recibimos su ayuda, recibimos autoconfianza, una autoconfianza que después se convierte en una verdadera autosuficiencia que representa el empujón que necesitábamos para saber que sí podemos.

En cada uno de nosotros está la capacidad de abrigar y ser abrigados. Atreverse a reconocerlo es el primer paso para mejorar como persona.
Pedir ayuda es de fuertes, pero también es de honestos, bondadosos y agradecidos.
Por ello, aprovecho para invitarte a agradecer siempre a quienes te han ayudado en el camino. Honra su apoyo, pues te han dado parte de su ser para que tú puedas crecer.
Deseo de corazón que este artículo te ayude a reforzar tu capacidad de pedir cuando lo necesites.
Y recuerda que la principal ayuda siempre vendrá de ti. Ayúdate a sanar aquello que te limita a pedir y crece en actos de bondad que te pueda poner al servicio de la humanidad.