Del "haz lo que quieras" al "quiero entenderte": paternidad y adolescencia armónicas

"Ya no sé cómo hablarle"

"Parece que vivimos en planetas distintos"

"Todo le molesta"

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Si eres madre, padre o tutor de un adolescente (o por alguna circunstancia te ha tocado interactuar con ellos), es probable que alguna de estas frases te suene peligrosamente familiar. 

La adolescencia es esa etapa en la que las emociones están a flor de piel, las contradicciones llueven como confeti y el muro entre generaciones parece más alto que nunca, porque siempre encontraremos miles de razones “válidas” para invalidar la perspectiva vital de esta edad.

¿Quién construyó el muro?

Ese muro generacional no apareció de la nada. Se construye ladrillo a ladrillo con frases como "en mis tiempos...", "cuando tengas mi edad vas a entender" o "porque lo digo yo". Pero, más allá de las meras frases, que son, en realidad, apenas los síntomas, hay una grave enfermedad subyacente: el menosprecio por los genuinos deseos y necesidades del otro, evidenciado por un incontrolable deseo de control sobre sus actos, pensamientos y sentimientos. 

Este muro se refuerza con puertas herméticamente cerradas, audífonos a todo volumen y respuestas monosilábicas. Pero ojo: no es un muro de odio, sino de desconexión, de miedo a no ser entendidos o, peor aún, a no ser vistos.

Lo que los padres suelen olvidar (y los adolescentes no saben explicar)

Muchos padres, con las que consideran sus mejores intenciones, en nombre del amor, caen en errores clásicos: querer solucionar la vida del adolescente sin escucharlo, invalidar sus emociones con frases como "eso no es nada" o exagerar preocupaciones legítimas con dramatismos innecesarios.

¿Te suena?

Ese clásico momento en el que tu hija te cuenta que su amiga no la invitó a una fiesta, y tú respondes con: "¡No te preocupes! Seguro ni vale la pena esa fiesta", restando importancia no sólo al hecho, sino al sentir de la adolescente.

Este tipo de respuestas generan el efecto contrario al buscado (que, creo, sería procurar su bienestar): el adolescente se siente minimizado, incomprendido y, por lo tanto, se encierra más. Y así, el muro crece.

¿Cómo esperas que tu hijo quiera compartir lo que le sucede, si cada vez que lo hace es juzgado?

Lo más absurdo del caso es que tú ya pasaste por ahí, y lo más natural sería pensar que comprendes lo que significa ser adolescente, a pesar de lo cual, pretendes que sea él quien entienda una postura que está a años luz de formar parte de su realidad (con todo y la idea que te has vendido y comprado de que es por su bien).

Y del otro lado...

También es importante reconocer que los adolescentes viven un torbellino interno. Están buscando su identidad, dudan de todo (incluyéndote), quieren ser escuchados, pero no juzgados, y muchas veces no tienen las palabras para expresar lo que sienten. Por eso, cuando les preguntas cómo están y responden con un "bien" seco, no es que no quieran hablar: tal vez aún no saben cómo leer su estado de ánimo y, por ende, cómo expresarlo.

Cómo empezar a romper el muro (sin dinamita)

  1. Escucha activamente y sin juicio. A veces, lo mejor que puedes hacer es callar y estar presente. No interrumpas con soluciones que no te son pedidas. Sólo escucha. Nunca des consejos, a menos que se te pidan expresamente, y en tal caso, no dictes fórmulas, plantea tus ideas como eso, como ideas que tienes en relación con el tema (“creo que”, “lo que yo haría”, “no estoy seguro, pero…” pueden ser frases que ayuden). Obra con la genuina intención de ayudar a tomar buenas decisiones, y no de ser obedecido.
  2. Valida sus emociones. "Entiendo que te sientas así" es una frase que puede abrir más puertas que mil sermones, pero sólo cuando el sentir que la sustenta es genuino. La lisonjería no impresiona a nadie, y resulta un insulto para el intelecto de tu hijo adolescente.
  3. Habla a partir de tu vulnerabilidad. Compartir que tú también te sentiste perdido a esa edad crea conexión. Nadie a esa edad espera que seas un ejemplo de perfección; por el contrario, puede resultar sumamente chocante que lo seas y que intentes ponerte de ejemplo. ¡Pero ten cuidado! Está bien reconocer que tú también fuiste un adolescente, pero no para tomar el protagonismo de una conversación que debe girar en torno al adolescente y sus necesidades.
  4. Renuncia al control absoluto. Acompañar no es dirigir. Tu hijo necesita saber que confías en su capacidad para tomar decisiones (aunque se equivoque). Pero si deseas ejercer un control sobre él (ya sabes, amparado en el ya trillado “es por su bien") y evitarle las experiencias que le ayudarán a crecer, hay algo en ti que no funciona bien y que debes revisar.
  5. Ríete con ellos (y de ti también). Romper la solemnidad ayuda a que las conversaciones fluyan. Si tu intento de usar jerga adolescente te sale fatal, ríete de eso. Humaniza el vínculo.

Reflexión final

Romper el muro generacional no es algo que suceda de un día para otro. Es un proceso, una práctica de paciencia, empatía y conciencia. No se trata de "ganar" la relación con tu hijo adolescente, sino de transformarla. De construir un puente donde antes había muros.

Quizá no siempre entiendas su mundo, pero puedes hacerle saber que estás ahí, dispuesto a conocerlo. 

Y eso, créelo, ya es un gran paso.

¿Quieres ejercer control en tu relación con tu hijo?

Asume la responsabilidad de ser quien comprende

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