“Definirse es limitarse”

Ésta es una frase que he leído innumerables veces en aplicaciones de citas, cuando lo que esperaba encontrar era una descripción sobre los gustos, intereses y demás datos básicos que cualquier persona interesada en conocer a otra querría saber (así es; si alguien te pregunta, puedes decir que yo soy el amigo de un amigo que te lo contó).


Me resulta harto extraño que haya gente que utilice esta frase de Oscar Wilde, cuyo sentido original en la novela dista mucho de la evasión, en un ambiente como éste, en el que no se cuenta más que con fotografías (no siempre confiables) y la propia descripción para decirle a las posibles personas interesadas “mira, aquí estoy, podemos ser compatibles”.

Encuentro tres posibles razones para ello:


  • Presunción intelectualoide. Creer que una frase prefabricada, sin siquiera citar al autor, dará fe de una capacidad intelectual que no es seguro que se posea.
  • Flojera. No tanto mecánica, sino intelectual. Pereza para ponerse a pensar qué escribir como autodescripción (lo que nos lleva al último punto).
  • Autodesconocimiento. Si tienes que ponerte a pensar en una respuesta, lo más probable es que no la conozcas.

Seguramente ya lo notaste, pero quiero destacar que en estas tres posibles razones se encuentra presente un elemento: el intelecto. Ya volveremos a él más adelante, pero, por el momento, déjame decirte que creo que hay un poco de las tres razones en esta conducta fehacientemente descrita, sin embargo, me inclino a pensar que la última tiene mayor peso.

Al ver este tipo de perfiles, mi pensamiento, invariablemente, es “¿Y cómo puedo saber quién eres, si tú misma no lo sabes?” (deslizar a la izquierda, como acto reflejo… bueno, no, a veces conviene primero ver todas las fotos, suspirar, aceptar y, ahora sí, ¡a la izquierda!).

Conocerse

Este fenómeno, creo, no sólo ocurre en el ámbito de las aplicaciones de contactos. Cuando has acudido a una entrevista de trabajo y te han preguntado cuáles son tus defectos, ¿has tenido que detenerte a pensar en ellos antes de dar una respuesta? (¡mira! De nuevo el pensamiento). Más de una ocasión he visto, que, tal como sucede en nuestra aplicación de citas favorita, la respuesta es una frase prefabricada, presuntuosa, del tipo “soy muy perfeccionista” (la cosa se pone buena a la hora de explicar por qué eso sería un defecto).

Evidencias de la falta de autoconocimiento abundan, pero ¿de verdad es tan difícil conocerse? Antes de intentar desenmarañar esta idea tendríamos que preguntarnos qué significa realmente conocerse uno mismo.

¿Cómo puedo estar seguro de que realmente me conozco?

Más aún, ¿cómo puedo tener la certeza de que lo que creo que sé de mí es verdadero?

¿Te habías puesto a pensar en esa posibilidad? En que puede ser que creas saber quién eres cuando, en realidad, suceda todo lo contrario.

Déjame darte un ejemplo.

Autoconcepto

La gente suele creer que el autoconcepto es la idea que se tiene de sí mismo en un plano meramente racional (definirse), es decir, lo que pienso de mí y, en consecuencia, lo que puedo manifestar de mi persona. Sin embargo, el autoconcepto es un poco más complejo; no es lo que crees o piensas, sino lo que actúas (aun sin pensarlo).

Mira tus redes sociales e identifica publicaciones de personas que declaran al mundo que son fuertes, empoderadas, valiosas, respetuosas, etc. Parecen autoconceptos saludables, no obstante, pregúntate a continuación por qué una persona que realmente se concibiera de ese modo experimentaría la necesidad de obtener el visto bueno por parte de alguien más (¿pa’ qué lo publica, pues?). Una persona feliz se dedica a disfrutar su felicidad y no a tratar de convencer a alguien más de que lo es. Tu autoconcepto no es lo que dices, sino la forma como te relacionas.

Y es que ese autoconcepto del que la mayor parte del tiempo no eres consciente (no interviene el intelecto) guía tu proceder en todas las acciones que realizas (con las consecuencias acordes a ellas). ¿Fumas? Ahí está tu autoconcepto. ¿Te enojas fácilmente? También ahí. ¿Eres celoso? De nuevo puedes verlo en acción. ¿Te consideras buena persona, porque profesas una religión, jamás faltas a misa y das tu diezmo, pero juzgas a los demás, guardas rencores y participas en chismes? Repite conmigo: ahí está mi autoconcepto.

En otras palabras: no puedes cambiar de manera significativa una conducta sin haber cambiado primero tu autoconcepto (de ahí que las terapias enfocadas en modificar conductas no tengan un impacto a largo plazo), pero para poder hacerlo, es menester conocerte con total integridad. 

Los espejos de la vida cotidiana

Una de las mejores herramientas para conocerte a ti mismo son tus relaciones y experiencias. La vida actúa como un espejo; lo que te irrita de los demás suele reflejar algo de ti con lo que tienes un conflicto, aunque no siempre quieras admitirlo. No significa que, si te molesta la impuntualidad, tú eres impuntual, sino que hay que revisar si existe una causa adyacente (por ejemplo, que relacionas la impuntualidad con la falta de aprecio). Tu autoconcepto, entonces, pasará de un “soy una persona muy puntual” a un “tengo la necesidad de que la gente me muestre su aprecio, y cuando no lo hace (en este caso, siendo impuntual), me desquicio”.

Por otro lado, también está el espejo positivo. Las personas que admiras, las cualidades que elogias y las causas que te inspiran, por ejemplo, son pistas de los valores que resuenan contigo y del potencial de realización que también posees.

La paradoja del cambio

Curiosamente, conocerte a ti mismo no significa encasillarte en una versión fija de quién eres. Es comprender que eres un ser en constante cambio, que lo que hoy te define podría ser irrelevante en cinco años. Esto no es motivo de angustia, sino una oportunidad para redescubrirte continuamente. En palabras del filósofo Alan Watts: "Tú no eres algo que está terminado. Eres un proceso que se despliega”.

Por ejemplo, tal vez siempre te has identificado como alguien introvertido, pero, al enfrentar nuevas experiencias, descubres (autoconcepto) que disfrutas hablar en público. Este cambio no significa que dejas de ser tú, sino que expandes tu idea de quién puedes ser.

Herramientas para la exploración

Bueno, pero ¿cómo le hago pa’ conocerme?

Aquí van algunas herramientas prácticas:

Journaling: Escribir tus pensamientos y emociones regularmente te permite identificar patrones y liberar cargas internas. Es como tener una conversación contigo mismo.

Retroalimentación: Pide a personas cercanas que te compartan cómo te perciben. Esto puede ser revelador, aunque a veces incómodo (antes de hacerlo, por favor, deshazte del autoconcepto peleonero).

Exploración de valores: Pregúntate qué es lo que realmente importa para ti. No lo que otros esperan, sino lo que te mueve profundamente.

Consulta profesional: La terapia psicológica o consultas como la de Semiología de la Vida Cotidiana son herramientas muy poderosas en este andar del desarrollo de conciencia (no es necesario atravesar por una crisis para recurrir a ellas). Los cursos y webinarios que ofrecemos en Semiocurrió son también una excelente manera de acercarte a ti mismo.

Reflexión final: un acto de amor

Conocerte a ti mismo no es un ejercicio egoísta ni un lujo filosófico. Es un acto de amor y responsabilidad hacia ti y hacia los demás. Cuando entiendes tus motivaciones puedes vivir con más autenticidad, así como construir relaciones más significativas y enfrentar la vida con valentía.

Como dijo Carl Jung: “Aquél que mira hacia afuera, sueña; aquél que mira hacia adentro, despierta”.

No. Definirse no es limitarse;
definirse es conocerse.

¿Estás listo para despertar?

  • Visto: 341