¿Te has preguntado qué es realmente tuyo?
He preguntado esto a familiares, amigos e, incluso, me lo he planteado a mí misma en varias ocasiones. Aunque en algún momento llego a una conclusión, al día siguiente la olvido. Creo que hay algo que considero mío y, por eso, paso cada día cuidándolo, protegiéndolo y evitando que algo le suceda.
Seguramente tiene un trasfondo que a continuación quiero compartirte.
Si en este momento te pidiera querido lector, que pensaras en lo que te pertenece, ¿qué dirías?
Probablemente pienses en tu pareja (que es lo más común), en tus hijos, en tu casa, en tu automóvil o hasta en tu mascota.
Y parece lógico, ya que estamos acostumbrados a pensar que aquello que nos cuesta o el vínculo que establecemos con alguien nos pertenece de alguna manera, y ejercemos derecho sobre ello.
Pero en este artículo te invito a romper ese paradigma, porque nada de lo que tienes es tuyo. Por mucho que su obtención haya sido por tus medios, tu tiempo o tu esfuerzo.
Quizá esto te sorprenda o te cause algo de confusión, y está bien. Lo que realmente quiero compartir contigo, es que puedas liberarte del peso que implica pensar que todo vínculo que mantienes necesariamente debe llevar el título de “mío”.
Y hablo de peso porque, cuando nos apropiamos de algo o de alguien, solemos depositar en ello una responsabilidad mayúscula.
Por ejemplo, ¿qué pasa con una persona cuando considera que su hijo es su pertenencia?
Suele asumir una responsabilidad tremenda de cuidado, se preocupa por su comida, por su ropa, sus gastos para la escuela y en un caso mayor, hasta le termina haciendo la tarea porque considera que, si no lo hace, “su hijo” puede reprobar por culpa de ella.

Ahí esta la clave del peso. Cuando una persona le asigna la etiqueta de pertenencia al vínculo que tiene con algo o con alguien, se vuelca con fuerza en esa relación, al grado de llegar a sentir culpa si no le presta toda su atención. Esto conlleva muchas veces a una sobreprotección que puede arrasar con la pérdida de su propia identidad, con culpas ajenas que, a la larga, provocan frustración. Pesa porque se asume una vida que no es propia.
El pesar puede convertirse en una carga muy costosa de llevar. Cargar con la vida de otra persona resulta inconcebible, especialmente cuando en muchos casos apenas podemos con nuestra propia existencia. Además, ese peso puede ser tan abrumador que, incluso, puede llevar a una suplantación de identidad: mi vida es mi hijo.
Lo mismo puede suceder con la casa, el automóvil y demás vínculos.
La fusión puede ser tan grande que la vida tal cual pasa sin ver.
Pero ¿por qué hacemos de cada vínculo una pertenencia?

Seguramente el trasfondo radica en la forma en cómo fuimos educados.
Cuantas y cuantas veces en la infancia nos dijeron nuestros padres que no prestáramos nuestros juguetes porque eran nuestros. Una frase que tal vez se quedo tan tatuada en nuestra historia que ahora atesoramos tanto lo que tenemos que olvidamos nuestro valor como personas y sí, hasta olvidamos el valor de compartir.
Por otro lado, también puede ser una necesidad de sentirse vivos; que también puede estar relacionado con la educación recibida. Lamentablemente, algunas personas, como en su momento me sucedió a mí, aprendimos que las cosas nos dan identidad. Entre más podamos tener, más nos ven los demás y más vivos nos sentimos, confundiendo lo que se posee con lo que realmente somos. Es como ese gran rey que acumula más y más oro en el cuarto principal de su castillo, creyendo que, por ser rey, debe tener más que los demás para sentirse valioso.
Esto puede ser grave, porque entre más muégano sea la relación con lo que se tiene, más grande será el vacío que se experimente ante su pérdida.
Lo irónico es que la vida se acaba, pero los objetos se quedan. Lo cual me hace volver al inicio, ese peso no sólo es insostenible sino innecesario.
Y puede que lo que se requiera es un cambio de mentalidad.
Si invertimos un “mío” por un “me encuentro en una relación con tal o cual cosa”, nos liberaría de la presión de tener que responder por ese vínculo.
La persona que dice “es mi hijo y soy responsable de él” podría considerar cambiar esa frase por algo como: “es mi hijo, pero es su vida”. Este pequeño, pero importante cambio establece un límite que ayuda a evitar confusiones en los roles y fomenta una relación más saludable y respetuosa.
Claro está que este cambio de visión no significa que la atención o el apoyo desaparezcan, sino que más bien generaría una transformación en la que cada persona logre ser su propia persona. Se daría un crecimiento individual, equilibrado e independiente, que sume a la relación en lugar de fusionarla.
Suena sencillo pero definitivamente requiere de un cambio en el pensar y principalmente en la forma de significar nuestras relaciones.

Entonces, pregúntate dónde están tus pertenencias y observa cómo incluso tu propio cuerpo se siente cansado ante esa carga excesiva que llevas sobre los hombros.
¿Has terminado con dolor de espalda el día?
Seguramente es porque hay vínculos que vas cargando.
Te invito a que los bajes, les des su propia identidad y te liberes de responsabilidades ajenas que pueden estar ocasionando que dejes en última instancia tu vida, esa en la cual sí tienes injerencia hoy.
En el momento en que depositas tu vida en manos de algo o de alguien más, pierdes el volante y corres el riesgo de que ese algo o alguien la maneje a su antojo. Seguramente no deseas eso y tus vínculos tampoco.
Y esto, considerando que tu vida realmente sea tuya, ya que muchas personas consideran que hasta la vida es prestada.
Hoy valora cada vínculo que tienes, pero déjalos ser para que puedan crecer a su ritmo, y permítete a ti ser libre de cargar únicamente lo que tienes en tus manos: tu ser. Invierte en él y hazlo crecer en conciencia para que puedas apreciar mejor su valor.

En la medida en que te liberas de falsas pertenencias, más posibilidad tendrás de responsabilizarte de ti en una perfecta paz y libertad.