“Hoy no pude; reordenaré y mejoraré mañana”
Es una frase que me ha llegado a la cabeza el día de hoy, después de una semana larga de trabajo incesante, llena de aciertos y de proyectos frustrados.
Ya era jueves, y la ansiedad por la sensación de fracaso se apoderaba de mí, acompañada de pensamientos que como latigazos golpeaban mi mente diciendo: “no pude”, “no lo logré”, “perdí el tiempo”. Pensamientos que, al final, se juntaron en uno solo, que con todo y eco resonaron en un: “no soy capaz”.
Y no quiero dejar aquí mi sensación de frustración, ni hacer una declaratoria de resignación ante este resultado que, por sí solo, pudiera parecer desalentador.
En el fondo, lo que deseo compartirte el día de hoy es el aprendizaje que rescato ante la semana que termina.

Seguramente has leído, o escuchado, que el fracaso puede ser una gran fuente de inspiración para desarrollar resiliencia y perseverancia. Y eso es cierto, el fracaso nos enseña mucho: nos brinda la oportunidad de levantarnos después de una caída, nos ayuda a ajustar nuestro rumbo y, además, puede motivarnos a intentarlo de nuevo, saliendo más fuertes que antes. Errar sin duda da la pauta para crecer.
Sin embargo, centrarnos únicamente en el fracaso nos hace olvidar que los aciertos también son posibles, necesarios y merecedores de reconocimiento. Al igual que el fracaso, los logros nos inspiran a seguir por ese camino que nos trae buenos resultados, nos fortalecen y sobre todo, nos brindan la certeza de saber que “sí somos capaces”.
¿Recuerdas mi pensamiento anterior cuando el jueves llegó? Fue enfocado al fracaso, pero al voltear la hoja, me doy cuenta de que la semana también tuvo aciertos.
Reflexionemos entonces:
¿El vaso quedó medio lleno o medio vacío?
¿La semana fue buena o fue mala?
Yo diría que ambas, pues no puedo elegir una totalidad.

Esto me lleva a reconocer que la vida es así de pendular, en ocasiones estás ganando batallas y en otras ocasiones estás perdiendo. En algunas cosas puedes ser muy bueno en algo y en otras no tanto, o simplemente las circunstancias están fuera de tu control para lograr el resultado esperado.
Ambos aspectos son necesarios para el crecimiento personal.
¿En dónde se pierde el aprendizaje?
Cuando solo consideramos uno de los extremos, ya sea el éxito o el fracaso, dejando de lado los logros y fracasos sutiles que también forman parte del proceso. Como los pequeños escalones que dirigen hacia el piso final.
Como seres humanos, estamos acostumbrados a enfocarnos más en el fracaso debido a la carga emocional negativa que nos deja, la cual, en términos figurados, suele dejar una huella más duradera. A diferencia del acierto, que dejamos de lado cuando enfrente está un fracaso cegador.
Esto, en cierto modo, es algo normal que explican a profundidad psicólogos como Daniel Goleman, quien en sus libros de inteligencia emocional y emociones destructivas, habla sobre cómo las emociones negativas dejan una huella significativa en el cerebro.
Sin duda, el fracaso cobra mucha más fuerza en nuestra vida que todavía los aciertos. Y no solo eso, sino que de forma muy común solemos creer que es algo que debe superarse.
Pero me atrevo a decir que más que superarse, lo valioso está en aceptarlo y en aprender de él. Incluso si ello conlleva a redimirse.
No descartemos que la emoción de fracaso ha inducido a graves índices de depresión y suicidio cuando sólo se ve en ese extremo.
Si lo vemos desde otro ángulo, el fracaso como el éxito son igual de necesarios porque permiten un equilibrio emocional en nuestra psique.
Mientras que el fracaso nos enseña que al final no fuimos capaces de algo, el acierto nos provee de continuidad en lo bien hecho.
Como indicativos, ambos nos enseñan el camino que sí nos funciona, nos previenen de riesgos, nos invitan a conocer nuestras capacidades y límites.
Moralmente ayudan a ser honestos, humildes y comprensivos. Puro éxito puede generar arrogancia y puro fracaso genera sufrimiento.
Relacionalmente, nos permiten ser empáticos con aquellas personas que han fallado tanto como nosotros.

La clave está en comprender que ambos polos proveen aprendizaje si abrimos nuestras antenitas para recibirlos y combinarlos en un éxito mayor.
En un mejor sentido, ambos mejoran de una u otra forma, la calidad de vida.
La dualidad puede ser benéfica o paralizante; dependiendo de la interpretación que le des.
Así que, mi querido lector, te deseo una próxima semana llena de éxitos y de fracasos que te provean de equilibrio para que tu vida sea la balanza correcta que te lleve al mayor logro de tu vida: tu bienestar.